La corrida de toros ha terminado. Aún no se han ido las autoridades del balcón del Ayuntamiento y aún los mozos más jóvenes, los que todavía no están emparejados, no acabaron de empapar en sangre los pisos de esparto de las alpargatas. Las alpargatas mojadas en sangre de toro duran una eternidad; según dicen, cuando a la sangre de torero, las alpargatas se vuelven duras como el hierro y ya no se rompe jamás.
Hombres ya maduros, casados y cargados de hijos, usan todavía...
Camilo José Cela
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