miércoles, 12 de junio de 2013

Arboles milenarios

Siempre he sentido fascinación por los grandes árboles, seres inabarcables capaces de cumplir 100, 500, 1.000 años y seguir creciendo y fructificando como si fueran jovencitos brinzales. Seguramente es envidia por esa victoria sobre el tiempo. Quizá también sea admiración ante tan fieles testigos mudos de miles de nuestras grandes y pequeñas historias.


Pudo tener la culpa el ciprés de Silos, ese enhiesto surtidor de de sombra y sueño que conoció de niño y sigue siendo mi confidente, como lo fue de Gerardo Diego o de Unamuno. O quizá la tuvo el drago milenario de Lcdo. De los Vinos, viejo amigo de los billetes de 500 pesetas a quien tuve la oportunidad de tratar tan de cerca que me dejó entrar en el hueco de su tronco. El caso es que siempre los he visto como grandes monumentos naturales



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